El joven de una belleza casi andrógina, no solo desafiaba su autoridad, sino que incluso la cuidó de una herida de bala. Lo que creyó un hecho aislado se convirtió en una obsesión. El chico, un año menor y de salud frágil, se aferró a ella con una intensidad enfermiza. No podía ni golpearlo ni regañarlo, y su mirada se tornaba cada vez más perturbadora.